viernes, 15 de marzo de 2013

¿Qué rol tienen las universidades en un mundo donde "la información quiere ser gratis"?

En 1984, el escritor Stewart Brand dijo unas palabras muy famosas: "On the one hand information wants to be expensive, because it's so valuable. The right information in the right place just changes your life. On the other hand, information wants to be free, because the cost of getting it out is getting lower and lower all the time. So you have these two fighting against each other."

Una frase de ese párrafo es particularmente famosa: "Information wants to be free". Esta aseveración, tan evidente en nuestros días, tiene algunas implicaciones muy importantes para las universidades.

Para ahondar en el tema, hay que considerar algo que llamaremos "información de consumo masivo": aquella información, de cualquier naturaleza, que es demandada por grupos relativamente grandes de personas. Ejemplos de este tipo de información son: libros, música, videos (películas, video clips, etc.), noticias (periódicos, televisión, etc.), material educativo, etc.

Históricamente, la información de consumo masivo ha sido algo costoso de obtener y distribuir. Consideremos, por ejemplo, la música. Hasta hace aproximadamente un siglo, la música de calidad era algo relativamente costoso. Si uno quería escuchar buena música, debía contratar a personas especialistas que tocaran en frente de uno.

Con el advenimiento de los medios de grabación (vinilos, cassetes, CDs) y de la economía de escala, el costo de obtener música de calidad se redujo sustancialmente. Resultaba mucho más barato comprar música envasada en lugar de contratar a un ser humano para que hiciera la tarea. La Big Band --nombre coloquial para las distribuidoras de música-- pasó a ser la principal forma de obtener música.

Sin embargo, en los últimos 15 años, los costos de almacenar música y distribuirla bajaron sustantivamente. La música se volvió tan asequible (en formas legales o ilegales) que pasó a ser un bien sobreabundante. Esto hizo que muchas personas comenzaran a percibir su valor monetario como cero o muy cercano a cero.

Para sobrevivir, las distribuidoras de música han tenido que buscar formas más efectivas de vender sus productos, dándoles un valor agregado más allá de la simple información que pueden transmitir por una conexión de Internet. Situaciones similares han vivido las productoras de películas y series, así como las editoriales y las redes de noticias. Todas estas organizaciones han sufrido los problemas de la sobreabundancia de los productos que solían comerciar de manera tradicional.

Esto nos lleva a una de las pocas instituciones que aún no ha sufrido del todo los embates de la sobreabundancia: Las instituciones educativas, particularmente las universidades. Si bien, la sobreabundancia de información, aún no las ha afectado al nivel de otras organizaciones, hay signos de alarma que debemos considerar.

La primera señal la encontramos hace algunos años  cuando los estudiantes comenzaron a plagiar trabajos en Internet. Nos dimos cuenta que los conocimientos "enciclopédicos" habían quedado relegados al mismo estado que las habilidades en aritmética básica: algo que perfectamente se puede hacer con la ayuda de una máquina.

La segunda señal es más grave: Los estudiantes pueden, actualmente, encontrar cursos completos en línea, totalmente gratis. Si bien no todos los estudiantes tienen la autodisciplina para aprender online, con el advenimiento de los nativos digitales, cabría esperar que las nuevas generaciones se entiendan mejor con un computador que con una persona.

En otras palabras, si no hacemos algo, los profesores --y las instituciones que los albergan-- podrían sufrir el mismo destino que la aritmética.

Probablemente esto no sucedería sino hasta dentro de varias décadas. Las universidades aún tienen una fortaleza: son instituciones con una reputación suficientemente buena para actuar como ministros de fe en la evaluación de las capacidades de los estudiantes. Sin embargo, esta reputación puede perder importancia en la medida que mecanismos alternativos para evaluar a los estudiantes sean aceptados más ampliamente.

Por ejemplo, nada impediría un futuro donde el estudiante aprendiera por su cuenta con material de Internet y, para postular a un trabajo, rindiera un examen en una empresa especializada en evaluaciones y certificaciones (no necesariamente una universidad).

En este escenario, ¿Qué rol de importancia podrían tener las universidades?

Uno de los roles que podrían tener es la generación de contenidos que los estudiantes consumirían a través de Internet. Esta opción, si bien puede servir para mejorar la visibilidad de una universidad, es inherentemente insuficiente para asegurar su sobrevivencia. La razón es, obviamente, la sobreabundancia. Los beneficios serían principalmente para las universidades que generen los mejores contenidos o que tengan una audiencia cautiva (comunidades que hablen un idioma poco común o aquellas que sean muy buenas en un nicho).

La real esperanza para las universidades la veo en capitalizar aquella información que, pudiendo ser de consumo masivo, no es posible de distribuir a gran escala. En otras palabras, la información que cumple con el otro criterio de Stewart Brand: "information wants to be expensive".

Hay muchas competencias que se pueden adquirir a través de Internet. Hay otras para las cuales es necesario tener personas especializadas e infraestructura en interacción directa con el estudiante. Por ejemplo, nadie en su sano juicio se dejaría operar por un cirujano que haya aprendido sólo a partir de cursos online. Nadie, tampoco, contrataría a un ingeniero químico que nunca haya realizado experimentos en un laboratorio.

En ese sentido, veo tres fortalezas que las universidades del futuro deben capitalizar.

La primera fortaleza sería enseñar y certificar aquellas competencias que no se pueden adquirir por medios audiovisuales: habilidades prácticas que requieren la interacción con otros seres humanos. Las carreras del área médica podrían hacerlo con bastante facilidad. Otras disciplinas más teóricas, como historia o matemática, podrían tener mayores problemas.

Las ingenierías están a medio camino. Muchos temas se pueden aprender online, pero otros más prácticos, como administración de proyectos, interacción con clientes, operación de maquinaria compleja y otros aspectos técnicos más especializados, requieren de una forma distinta de enseñanza. Carreras de este tipo podrían cambiar radicalmente, ya que el tiempo (semestres) que los estudiantes estudiarían en la universidad sería mucho más reducido que en la actualidad.

La segunda fortaleza son las consultorías en temas especializados. Esta es información que no se puede encontrar online, ya que es producto de la experiencia de los profesores. Es importante resaltar que, en la mayoría de los casos, requeriría un perfeccionamiento práctico permanente de los profesores.

La tercera fortaleza sería servir de motor impulsor de nuevas organizaciones (empresas) que generen nuevos productos y servicios. Al igual que las dos fortalezas anteriores, esto es algo que muchas universidades realizan y les puede ayudar a sobrevivir, si es adecuadamente administrado.

En resumen, hay que estar preparado y ser especialista en toda aquella información que no es fácil de distribuir. Sea como sea, lo más probable es que el salón de clases tradicional esté condenado a desaparecer o, en el mejor de los casos, quedar relegado a discusiones de filosofía.